COMPAÑÍAS DE CIRCOS ENTRE COMPAÑÍAS MILITARES

Equipo de pantomima del Circo de Miguel Todorovich, con disfraces de vaqueros e indios pieles rojas. Imagen del archivo de Eladio Lavalovich, expuesta en la muestra "Circo Chileno" de la Biblioteca Nacional (año 2011).

Si las obras teatrales y circenses patrióticas iban a ser del deleite de la sociedad santiaguina en los días de la guerra, no cuesta imaginar cómo habrán gustado también en los campamentos militares tales elencos artísticos, en esos mismos y exactos momentos. Como supo preverlo en su momento el ministro de Guerra, don Rafael Sotomayor, además de sus asesores, esto era del todo esperable: cada manifestación con espectáculos de aquel tipo era esperada con ansias, dada la sed de entretención y de distracciones que cundió desde el inicio entre las sufridas tropas chilenas. Lo diría también Benjamín Vicuña Mackenna en su “Guerra del Pacífico. Historia de la campaña de Lima 1880-1881”:

Por lo demás los soldados y oficiales del ejército hacían cuanto les era dable por matar honestamente el tedio de su existencia condenada a eterna espera. En los campamentos de Pocollai, Calana, Arica, Dolores, Pisagua, etc., se sucedían las representaciones teatrales amenizadas con juegos acrobáticos, títeres y pantomimas…

El completo y exhaustivo estudio “Años de circo. Historia de la actividad circense en Chile”, de la investigadora Pilar Ducci, debe ser el más acabado y completo libro sobre la materia que le da título, permitiéndonos recoger algunos datos importantes entre sus páginas sobre los alcances que tuvo en la época y el contexto temporal de la Guerra del Pacífico. Además, esta obra se complementa perfectamente con otras investigaciones y aportes de profesionales de figuras relacionadas con el mismo colorido mundo cirquero, con sus propios esfuerzos enfocados al rescate de la entretenida y apasionante historia circense nacional.

Echando cuentas, todo indica que el género circense también estuvo relacionado en sus orígenes con la tradición de las chinganas y las quintas populares desde los mismos tiempos coloniales. Además de las clásicas e infaltables jarras de chicha y la comida al son de las melodías folclóricas, las llamadas casas de volatín se caracterizaron por la presencia de artistas en vivo ofreciendo funciones de acróbatas, títeres, malabaristas, sainetes y los primeros payasos que se vieron en nuestra sociedad. Estos provenían de las artes del teatro de la Colonia tardía, pues hacia fines del siglo XVIII se los conocía también con el nombre de graciosos entre las compañías. Los saltimbanquis, maromeros, tonadilleras y demás juglares que bailaban, cantaban o hacían piruetas en la cuerda figuraban en los números que realizaron presentaciones características en este tipo de funciones. Aparecieron después las compañías propias de volatineros independientes, ofreciendo completos y variados shows para la entretención popular, simientes de los actuales circos de pista y carpa. Los límites de estas disciplinas con el estado de desarrollo del teatro de corrales que había en esos años, por momentos parecen bastante difusos.

También existió en el siglo XIX, como antecedente concreto, el caso representado por las funciones y espectáculos de coliseo en el teatro de Las Ramadas, recinto que se ubicó alguna vez en lo que ahora es el sector de la plaza de la calle Esmeralda en Santiago Centro. La creación del mismo teatro fue iniciativa del artista y empresario volatinero argentino Joaquín Oláez y Gacitúa, hacia los primeros años del siglo. Hasta entonces, él solía presentarse en otras funciones como las que se realizaban en la Plaza de Armas y que, en síntesis, también formaron parte de la misma base para la futura actividad del circo popular y las artes escénicas recreativas en general. No obstante, hacia los últimos tiempos de la Colonia su proyecto teatral de Las Ramadas caería en una penosa espiral de decadencia y polémicas con diferentes socios, terminado por cerrar a causa de las deudas.

Desde lo escrito por Eugenio Pereira Salas en su libro "Historia del teatro en Chile" se desprende que la introducción del volatín en Santiago habría sido mérito de la empresa de espectáculos del señor José Rubio, director de una de las primeras compañías de teatro independiente venidas Chile. También fue importante su sucesor el asentista Andrés Manuel Villarroel, hacia 1802. Gracias a ellos “el arte gimnástico quedó en adelante incluido como apéndice en los contratos del arrendamiento teatral”, conseguidos por el empresario respectivo a cada temporada. Los tres días de volatín se hicieron ese año en una plaza de toros que se había habilitado en el llamado Basural de Santo Domingo, a espaldas del convento de los sacerdotes dominicos, en donde está ahora el Mercado Central. Las familias más copetudas, sin embargo, llegaban a contratar funciones privadas de volatín, para fiestas o aniversarios en sus propiedades.

Con el advenimiento de las definitivas convulsiones de la Independencia y la consumación de la misma, en 1818, un nuevo escenario llegó a la Plaza de Las Ramadas, esta vez de la mano del coronel patriota Domingo Arteaga, edecán del general Bernardo O’Higgins. Este fue el primer teatro de la época republicana, aunque con más aspiraciones de espacio dramático que de una casa de volatín propiamente dicha. De hecho, es probable que las duras medidas de los Bandos de Buen Gobierno de 1823 hayan afectado también a la primitiva actividad circense de esos años, ya que, de un modo u otro, atropellaron prácticamente todas las formas de diversión popular que estaban disponibles en la sociedad de entonces.

Como dato curioso del mismo período, cabe señalar que el genearca y fundador de la más conocida estirpe familiar de políticos y hombres públicos en Chile, Pietro Alessandri Tarzi, había llegado al país hacia la segunda quincena de abril de 1821 con su compañía de títeres, artistas y teatro circense. El italiano se quedó a vivir en el país dedicándose después a actividades relacionadas con la marina mercante y haciendo construir el antiguo Teatro Victoria de Valparaíso con su socio Pablo del Río, como se lee en "Alessandri, una etapa de la democracia en América", de Augusto Iglesias. También fue designado cónsul del Reino de Cerdeña en la ciudad puerto, según lo que indican autores como Germán Gamonal en “Jorge Alessandri. El hombre. El político”. El famoso clan que instauró don Pietro en la heráldica nacional con su esposa Carmen Varas Baquedano, dejaría en la historia dos de los más conocidos presidentes de la República en el siglo XX. Empero, decía la leyenda que a Arturo Alessandri Palma le enrostraron varias veces ser "descendiente de un titiritero", cosa que no le caía muy en gracia, por supuesto.

Otra importantísima raíz del actual circo chileno y que también se manifestaría en los espectáculos ofrecidos después a los soldados, se encontraba en las funciones de fantasías y domaduras ecuestres, ls que llegaron a ser populares en aquellos años. Concentraban el formato de sus shows en propuestas familiares de exhibición con caballos, números acrobáticos y pruebas de destreza o de buen entrenamiento. Muchas compañías de este tipo se instalaron en los barrios de Mapocho y La Chimba de Santiago, costumbre que se prolongó largo tiempo y que todavía se practicaba a inicios del siglo XX. Entre los precursores internacionales estuvo el Circo Ecuestre o de Equitación, recordado como el Circo Bogardus, primero de su tipo y de origen extranjero en presentarse ante público chileno en 1827. Ofrecía el modelo de espectáculo inglés iniciado por el militar Phillip Astley en el siglo XVIII, base del circo moderno occidental. Regresó a Chile en el período 1840-1841, de la mano de Nathaniel Bogardus, su líder y estrella. Ya no sólo traía caballos, sino también monos, camellos y hasta un enorme elefante que causó sensación en el público de entonces.

Ancestros del payaso moderno, de izquierda a derecha: histriones graciosos en una comedia ambulante de fines del siglo XVIII, pintados por Francisco de Goya; ilustración de un mimo inglés del 1800 (Joseph Grimaldi, considerado el primer payaso del estilo tradicional de hoy); murga gaditana pintada por el español José Gutiérrez Solana.

Reconstrucción del coliseo teatral de Oláez y Gacitúa en la calle Las Ramadas, de 1801-1802, hecha por Alberto Texidó en 2011 basándose en las descripciones de Eugenio Pereira Salas. Exposición "Años de circo" de la Biblioteca Nacional.

Antigua postal de un circo de perros. Fuente imagen: sitio The Graphics Fairy.com

La antigua calle de Las Ramadas, actual Esmeralda, con vista de la Posada del Corregidor y la plaza. El dibujo aparece en una publicación de revista "Pacífico Magazine" que reproduce una conferencia de Sady Zañartu de 1919.

Izquierda: Circo de Equitación Bogardus avisando de sus presentaciones "por la primera vez tendrá el honor de presentarse la niña Teresita Menial delante de este público". Fue el primer circo extranjero en llegar a Chile, en 1827 y desde Inglaterra. Derecha: "Gran función extraordinaria de oso, monos y de la compañía de acróbatas chilenos", hacia la primera mitad del siglo XIX, en la transición de las compañías de volatín a las más profesionales de circos. Imágenes de las colecciones de la Biblioteca Nacional.

Volante promocional del Circo de la Libertad, anunciando sus funciones de gimnasia y equitación en calle Dieciocho de Santiago, para el domingo 2 de octubre de 1864. Avisos antiguos en las colecciones de la Biblioteca Nacional.

Avisos de espectáculos en la revista "Teatro i Letras", abril de año 1910. El Gran Circo Ecuestre Inglés se estaba presentando en la Plaza Brasil. Los circos ecuestres fueron, junto con los volatines, los principales promotores del modelo de circo moderno en el país.

Páginas de la revista "Sucesos", anunciando presentaciones de importantes circos internacionales en el Teatro Politeama de Santiago: el Circo Alemán y el Shipp & Feltus, ambos en 1912. Publicadas por Memoria Chilena.

Al mismo tiempo, hasta el Valparaíso de los albores de la guerra llegaban varias otras compañías con toda clase de artistas participando en el cierre de temporadas de teatro u ópera, con espectáculos que muchas veces concluían con grandes muestras pirotécnicas, desfiles y números similares a los de una pista circense moderna. Incluso eran contratadas en actos oficiales a partir de 1879, cuando comenzaron las celebraciones de los triunfos de los chilenos en el norte o buen la llegada de algunos de ellos al puerto. Por esta y varias otras razones, la ciudad incluso tuvo por largo tiempo la llamada calle del Circo, nombre que recibió por la cantidad de presentaciones que se hacían en un espacio junto a la Plaza de la Victoria, partiendo por el propio circo de Bogardus, vía que hoy corresponde a calle Edwards.

Puede decirse con certeza, entonces, que las bases del espectáculo cirquero chileno, esas iniciadas en los tiempos del volatín pero adoptando ya sus aspectos folclóricos y logrando incorporar en él líneas de influencia internacional con otras de raíces criollas, estaban perfectamente presentes y activas en las primeras décadas de la República consolidada y los posteriores años de la Guerra del Pacífico. No obstante, aún quedaban mucho tiempo para continuar el necesario desarrollo y la profesionalización de las mismas tradiciones en el país, con compañías cada vez más modernas y espectaculares.

La Guerra del 79 hizo su parte en la expansión y difusión del volatín y el teatro popular de entretenciones de tipo circenses en el período, tanto en los escenarios del conflicto militar como en los de las ciudades disfrutando de la paz. A pesar de las resistencias de algunos jefes militares, el propio Ministerio de Guerra procuró la presencia de tales espectáculos en los campamentos. Se ofrecían casi con la misma clase de contenidos que podía ver la ciudadanía en las urbes lejanas a las campañas, de hecho, a pesar de la precariedad material y recurso con la que debían ser desplegadas y de la simplificación técnica de los espectáculos adaptados a la soldadesca. Lo propio sucedía en las celebraciones de Fiestas Patrias o Navidad, si acaso podían celebrarse, aunque con gran exigencia moralista por parte de los jefes en lo referido a los comportamientos y contenidos.

Resulta un hecho confirmado, entonces: el Gobierno de Chile dispuso de una gran cantidad de artistas de teatro de espectáculo y de circo para que cumplieran montando sus funciones, frecuentemente ayudados y “parchados” en algunos roles por los propios soldados, cantineras, funcionarios delegados, miembros de la cruz roja y otros de los muchos elementos humanos dispuestos en la guerra. Cuando no había novedades con el enemigo, entonces, las pequeñas presentaciones para diversión podían tener oportunidad en horas de descanso o aniversarios. Estas paradas, dicho sea de paso, solían estar programadas en las mañanas y en la tarde entre ambos ranchos, uno en el almuerzo y otro en la cena. El principal de día de salida para los acuartelados y personal en campamentos era el domingo, aunque persistía la idea de tomarlo como día de descanso. La hora de dormir se extendía ocasionalmente más allá de las 21 horas, pero lo corriente era que la rutina diaria culminara en el vivac hacia esa hora.

Como puede deducirse, entonces, los largos ratos de tranquilidad dentro de la vida en el frente y los teatros de la guerra en general, contrastados con la intensidad y euforia de los momentos de enfrentamiento, podían llegar a ser de una rutina y languidez abrumadora. Si no había funciones disponibles en la agenda, entonces el ingenio y la creatividad debían entrar en acción, pero también la tentación de los  vicios, las búsquedas de placeres indecorosos y hasta las posibilidades de indisciplina. El espectáculo llevado hasta ellos para fomentar el buen ánimo, entre los que estaban las compañías volatineras y números cirqueros, servía así para escapar de la monotonía marcial de la jornada. Los circos debieron caer de cielo en ciertas circunstancias, llegando a ofrecer funciones reiteradas y sin temor a repetir rutinas o agotar atractivos en cada estación.

“Una compañía de circo hacía frecuentes giras al campamento, y cuando se ausentaba era para funcionar en los campamentos vecinos de Pocollay, Calama, etc.”, recordaban Arturo Benavides en sus "Seis años de vacaciones. Recuerdos de la Guerra del Pacífico. 1879-84" comentando sobre su período en Pachía, temporada en la que también vio muchas presentaciones de títeres. Y, de acuerdo a Francisco A. Machuca en “Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico”, las horas que los jefes solían autorizar para tales entretenciones eran en las tardes, en los señalados descansos. Los números de velada eran en las noches, en cambio, bajo el cielo y la fría intemperie, acompañados de fogatas. Llegaban a incluir fiestas, bailes y comedias, de hecho. “El día se pasaba en trabajos duros; pero las tardes, frescas y apacibles se consagraban a representaciones dramáticas, circos y títeres”, escribió el veterano en sus memorias.

Los espectáculos de volatines definitivamente son antecedentes del mismo circo criollo que reconoceremos como típico chileno ya en el siglo XX, particularmente los que desarrollaron un espectáculo con dos partes en las ciudades y pueblos a los que llegaban: una de artistas propios de su arena (payasos, acróbatas, magos, trapecistas, murgas, etc.) y otra de pantomimas o representaciones teatrales con actores mudos, valiéndose únicamente su histrionismo y coordinación coreográfica con la orquesta. En general, sus temáticas iban determinadas por la situación de la guerra y tenían que reflejarse en el espectáculo: el humor se elaboraba a expensas del enemigo, con los consabidos estereotipos y zahiriendo a los principales líderes políticos o militares de la Alianza. Cuando el ambiente estaba tolerante, además, en los campamentos debió alcanzar para algunas salpicaduras contra oficiales o personajes de la política chilena, en especial a los que no gozaban de gran afecto en el mundillo uniformado.

Cabe señalar que aquellos grupos tampoco se componían sólo de artistas profesionales o voluntarios incorporados en los propios campamentos para servir de asistentes, sino también de funcionaros que, queriendo hacer su aporte al esfuerzo nacional, decidieron armar o incorporarse a compañías que llevaran tales formas de sana diversión a las tropas. Lo mismo sucedía muchas veces con los músicos de bronces y percusión que se unieron a las bandas militares, estableciendo de este modo cruces y relaciones bastante curiosas que aún pueden advertirse entre la música militar, de los circos y de las fiestas religiosas, por tratarse de los mismos artistas participando en las mismas instancias y con repertorios muy parecidos resultantes de esto, además.

Aquellas compañías también recurrían a la evocación de episodios militares heroicos para las pantomimas circenses, tanto los previos a la Guerra del 79 como los que señalaron las primeras acciones épicas de esta, siempre orientándose a la diversión y abono del necesario orgullo patriota. Parece ser que estuvieron presentes ya en la víspera del primer enfrentamiento, inclusive: cierta tradición oral de mundo de estos artistas habla de un circo animando a las tropas chilenas en Calama, horas antes de la batalla del 23 de marzo de 1879, y que habría sido una compañía de paso por la zona, leyenda que ha sido comentada en algunas entrevistas también por Joaquín Maluenda, el famoso tony Tachuela Grande quien es, además de cirquero, un gran investigador de la historia del gremio.

Fiestas Patrias de 1902 en la entonces pequeña colonia del archipiélago de Juan Fernández, con  la orquesta y la troupé de artistas volatineros aficionados de la comunidad local. Se observa al menos un clown cara blanca por encima de los acróbatas de la compañía. Imágenes publicadas en la revista "Sucesos".

Artistas, galerías y ambientes más íntimos del Circo Nelson en 1908, en imágenes publicadas por la revista "Sucesos". Se ve un payaso con ciertas características anticipando al vagabundo, un tony músico y una dupla de bailarines cómicos sin maquillaje, pero relacionados también con el mismo arte de los payasos.

Función de títeres al aire libre en Peñalolén, organizada por el general Elías Yáñez, a la sazón comandante en jefe de la II División (dato de Herkovits Álvarez). La imagen fue publicada por la revista “Sucesos” del 10 de marzo de 1910, con el siguiente texto: “Un tony anuncia que va a empezar la representación de títeres. El general y su familia entre los asistentes a este suceso teatral”. La simpatía del mundo militar y los veteranos del 79 con los títeres venía desde las funciones que presenciaron en campaña, durante la Guerra del Pacífico.

Murgas en el carnaval en la ciudad de Tacna, por entonces aún bajo bandera chilena, en la revista "Sucesos" de marzo de 1912. Se distinguen cabezas, botargas, máscaras y otros disfraces de fantasía.

El actor Joaquín Montero y su orquesta de féminas, en la obra "Las damas vienesas". Imágenes publicadas en la revista "Sucesos", año 1912.

Elenco de artistas y músicos de la compañía del Circo Popular de Santiago, año 1917. Imagen publicada por la revista "Sucesos". Se observan tonis augustos, sentados en primera fila, y cara blancas en ambos costados del grupo.

Las famosas caravanas con pasacalles o "convites" que anunciaban la llegada de un circo a alguna localidad o comuna. Imagen publicada por la revista "En Viaje".

Una orquesta de bronces moderna, por las calles de Iquique durante la fiesta de la Octava de San Lorenzo de Tarapacá.

Orquesta pampina moderna, de los peregrinos saliendo del templo "viejo" de La Tirana tras una ceremonia del programa de fiestas de la Virgen del Carmen.

A pesar de que no quedó tanta información como quisiéramos sobre el tema de marras, existen varios rastros y confirmaciones concretas de la presencia de esos elencos artísticos profesionales o de comparsas amateurs, especialmente entre los testigos de las gestas. El propio Machuca describe con detalle a una de las agrupaciones de circo que conoció en la Campaña de Tarapacá:

El Coquimbo tenía una compañía numerosa de circo, en cuyo elenco figuraban payasos, bailarines en la cuerda tersa o floja, con o sin balancín, maestros de trapecio que ejecutaban el vuelo de los cóndores, bufos, payadores a lo divino y lo humano, zapateadores de sajuriana y zamacueca, a la usanza minera, con gorro, culero y ojota, cantor de tonadas y especialmente de “Qué gran mancha es la pobreza” con acompañamiento de banda.

Esta Gran Compañía de volatín, pantomima y equitación (había un burro amaestrado) recorría diversos cantones, a pedido de los jefes que solicitaban sus servicios.

Así pasaba el tiempo, cuando no había expediciones a cazar montoneros, cuyas incursiones se extendían hasta las quebradas de Tarapacá y Camiña (...)

Quizá no sea coincidencia, entonces, que casi apenas terminó la Guerra del Pacífico aparecería en Valparaíso la primera compañía circense netamente chilena y con perfil de espectáculo moderno. Esto vino a suceder cuando los hermanos Pacheco se establecen en el puerto, en 1885, y crean ese año un exitoso equipo de espectáculos acrobáticos y artísticos. Muchas oficinas salitreras contarían también con sus propias comparsas circenses en Atacama y Tarapacá, troupés muy carnavalescas y alegres formadas por los propios habitantes y trabajadores, las que iban paseando de poblado en poblado para ofrecer sus espectáculos. Entre inicios del siglo XX y el Primer Centenario Nacional la moda de estos equipos había pegado tan fuerte en el pueblo chileno que incluso existían en localidades tan apartadas como la comunidad residente del archipiélago de Juan Fernández, actuando especialmente en las Fiestas Patrias y las celebraciones de fin de año.

Es del todo justo agregar, además, que los mencionados músicos tuvieron otra enorme importancia para la diversión en guerra y la difusión de las disciplinas artísticas: tanto los que iban con su guitarra o vihuela colgando junto al fusil, como los de las bandas bien armadas para los servicios de orfeones y toques. Esto abarcaba mucho más también que la mera presencia de los instrumentistas que tenían por objetivo musicalizar las órdenes a las tropas en combate (tambores y cornetas), tantos de ellos niños y adolescentes. Además, varias de bandas de bronces llegadas al vivac chileno eran conformadas por voluntarios, a pesar de haber otras contratadas especialmente para los batallones y regimientos. Así como sucedía con algunas compañías de teatro o volatín, es posible que funcionarios de gobierno civiles participaran de estos voluntariados.

Otros integrantes de dichas orquestas y conjuntos en los mismos campamentos eran apuntalados profesionales y maestros de tales artes, y no sólo de los cuerpos militares chilenos. En efecto, hubo algunos de ellos que hizo traer desde Europa el empresario Agustín R. Edwards, contratados por aportes privados para el Batallón Cívico N° 2 de Valparaíso, por ejemplo. Debió ser importante el aporte y la influencia que dieron sobre los instrumentistas chilenos, es de suponer. Por esto, concluida la guerra, muchas compañías aficionadas formadas en las salitreras incorporaron también a músicos de las murgas y pequeñas orquestas carnavalescas que solían formarse con miembros del mismo equipo artístico, pero con otros roles principales. Usando instrumentos de viento (trompetas, tubas, cornos, clarinetes) y de percusión (bombos, platillos, cajas), colocaron la música a las señaladas comparsas de calicheros y luego a las del circo chileno típico, basada en marchas militares, fanfarrias, redobles y arreglos de canciones populares.

Entre aquellas curiosas orquestas circenses había músicos familiarizados con los instrumentos desde sus respectivos servicios militares, dicho sea de paso. Estos influyeron también en la formación de las comentadas bandas religiosas que pueden observarse en fiestas de santos patronos del norte de Chile, y encontraban buenas oportunidades laborales en ellas o en carnavales populares de ciudades mineras. Participaban también como músicos de circos, compañías y en funciones especiales, en otro interesante cruce. Incluso ofrecían servicios en los cementerios para musicalizar funerales, en alguna época, formando parte de los cortejos y de los enterramientos. Fue por todas estas razones que algunas dianas y fanfarrias de las fiestas patronales chilenas son hasta hoy, en esencia, las mismas que se podían escuchar tanto en cuarteles como en carpas de viejos circos.

Sin embargo, muchos de los músicos en el frente habían tomado la patriótica iniciativa de ofrecer sus servicios a pesar de tener conocimientos incompletos o sólo a nivel aficionado en los instrumentos, supliendo también las urgencias de compañías de espectáculos y después en las compañías de circos que requerían de orquestas propias en los campamentos. La tradición en la camarilla de los circos asegura que varios de ellos quedaron incorporados así en los equipos artísticos de los elencos artísticos de las carpas, incluso después de la guerra. Y de esto habría provenido, según parece, un viejo dicho popular: “más desafinado que orquesta de circo”.

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