LAS MANIFESTACIONES MASIVAS POR EL 21 DE MAYO DE 1879

El Huáscar y la Esmeralda ya moribunda, en el cuadro de Thomas Sommerscales sobre el Combate Naval de Iquique.

En una mirada más amplia a todo el recorrido que mostró el fenómeno humano de las diversiones durante la Guerra del Pacífico, parece correcto decir que las manifestaciones espontáneas del sentimiento popular de celebración colectiva y luego de conmemoración asociada al período habían sobrevenido, especialmente, desde el capítulo de las corbetas Esmeralda y Covadonga en Iquique, más incluso que el propio anuncio de la declaratoria de guerra y su primer llamado a defender los destinos de Chile. La gloria de Iquique, además, llenó de inspiración a editorialistas, poetas, folcloristas, cantores y reclutas voluntarios llegados en masa hasta los cuarteles, tras conocerse el épico combate naval. De hecho, conocidas cuecas del cancionero folclórico surgirían recordando al capitán Arturo Prat, y en la “Lira Popular” escribieron sendos homenajes Juan Rafael Allende (El Pequén) y Pedro Villegas. Más tarde, el propio Vicente Huidobro escribía en sus "Ecos del alma":

¡Oh héroes de Iquique jamás temáis vosotros!
La Fama os coloca sobre alto pedestal;
Para guardar tu nombre estamos, Prat, nosotros
No temas, Prat glorioso, tu nombre es inmortal.

En efecto, no bien había llegado a Valparaíso y Santiago la información sobre aquel miércoles 21 de mayo de 1879, comenzó una auténtica explosión popular de admiración por la figura del capitán Prat y los héroes de la gesta, iniciándose incluso la fabricación y venta de recuerdos y homenajes para el extraordinario suceso. Cuando las noticias desde Iquique se completaron con los detalles más épicos imaginables, como las características de sacrificio heroico de la muerte del capitán en la cubierta del Huáscar y la caída de la fragata blindada peruana Independencia en Punta Gruesa gracias a la temeridad y destreza del capitán Carlos Condell y sus hombres, la algarabía se convirtió en delirio.

Tanto fue así que el proyecto del enorme Monumento a los Héroes de Iquique, símbolo de la Plaza Sotomayor en Valparaíso inaugurado en 1886, nació espontáneamente desde la motivación tanto de estratos populares como las élites tras conocerse los detalles de lo sucedido en Iquique, ya el 24 de mayo. Dos ideas principales brotaron en el momento, apoyadas por las autoridades: levantar una estatua para el capitán Arturo Prat Chacón con un homenaje a su sacrificio y el de sus hombres, y reponer un navío con el nombre de la Esmeralda, convertida ya en sinónimo de gloria patria. Lo uno y lo otro se lograría, en sus respectivos momentos y no muchos años después.

Los detalles de cómo surgió y se alimentó la idea del monumento serían descritos con gran detalle por Justo Abel Rosales en un capítulo de "La apoteosis de Arturo Prat y de sus compañeros de heroísmo", publicado por el prolífico investigador y veterano de guerra en 1888. Ese mismo día 24, entonces, se hizo publicar la siguiente proclama en los periódicos y hacerla circular impresa por la ciudad, a las pocas horas de llegada la noticia:

Los que suscriben, llenos de admiración por el heroísmo del comandante don Arturo Prat y de los demás oficiales y tripulantes de la Esmeralda, que antes de arriar la bandera chilena han dado la vida en honor y gloria de su patria, proponen a sus conciudadanos la erección de un monumento público que recuerde eternamente este sublimo martirio.

Al efecto, se abre una suscripción popular en el Club de Septiembre y en la imprenta del Ferrocarril, suscripción cuyo monto no podrá exceder de un peso por persona.

Santiago, mayo 24 de 1879.

Eduardo Matte.- José A. Salomó.- Gabriel Vidal.- Jovino Novoa.- G. Swinburn.- Benjamín Velasco.- J. Ramón León.- Luis Figueroa.- Alejo Vidal.- R. Figueroa.- José Luis Arrate.- Guillermo Rengifo.- José R. Montes.- Lauro Barros.- Antonio Fernández F.- J. de Dios Fernández.- Gustavo Reed.- P. N. Gómez.- Julio Fredes.- D. Mourgues.- Justino Fagalde.- Mariano Servat.- Juan Guillermo Valenzuela P.- José M. Velasco.- Juan de la C. Cerda.- José N. Hurtado.- Ricardo Vicuña.

En el día siguiente, además, los señores José E. Vergara y Pedro Nolasco Marcoleta extendieron una invitación desde Santiago para organizar socorros destinados a las familias de quienes habían perecido en el combate. "Vivan nuestros marinos! ¡que nuestra historia escriba en sus fastos el nombre de los que a costa de su vida han elevado tan alto el honor de la república! Un ¡hurra a los bravos que han sucumbido defendiéndola!", decía la misma proclama. También se creó de inmediato una comisión en la capital para recibir erogaciones destinadas a la instalación de un busto de capitán Prat en la Universidad de Chile. Del mismo modo, se realizó una rauda convocatoria de público para un acto de honor dedicado a los héroes y que partía en la estatua ecuestre del general Bernardo O'Higgins en la Alameda de las Delicias. Esta invitación general extendida en la mañana por un grupo de ilustres aparece transcrita por Luis Montt en "Arturo Prat y el Combate de Iquique", y decía lo siguiente:

El combate naval de Iquique y sus resultados, a la vez que dolorosos, grandes e inmortales para Chile, señalan la hora en que la patria entera debe ponerse de pie.

El ejemplo de sublime heroísmo que nos han dado los inmortales tripulantes de la Esmeralda y de la Covadonga, exige de todos los chilenos abnegación sin límites para continuar pronto la obra tan gloriosamente comenzada.

Con este fin, los ciudadanos abajo suscritos y reunidos en la primera hora de la noche, invitan al pueblo de Santiago a un gran mitin patriótico que tendrá lugar al pie de la estatua de O'Higgins, hoy a la una del día, con el objeto de dar impulso y propender a la organización de socorros para las vidas y los huérfanos, a la organización de nuevos batallones de línea y de guardias nacionales, y a acordar una manifestación digna de los héroes que han dado un día de gloria a la patria.

B. Vicuña Mackenna, José Rafael Echeverría, Manuel Rengifo, Luis Aldunate, Jovino Novoa, Adolfo Ibáñez, Francisco Subercaseaux, Carlos Walker M., Pedro Montt, Rafael Larraín, Gaspar Toro, Melchor Concha y Toro, Demetrio Lastarria, Enrique Barros, Nemesio Vicuña, Carlos Varas, Carlos A. Rogers, Félix Echeverría, Aurelio Lastarria, Victorino Garrido, Federico Valdés, José María Díaz, Nicolás Peña, Luis Figueroa, Luis Montt.

Aquel masivo acto del día 25 partió con cerca de 6.000 personas en el monumento, en donde un grupo de señores, con un piquete de bomberos como escoltas, se presentaron llevando el estandarte de la Jura de Independencia de 1818, que se custodiaba a la sazón en el edificio de la Tesorería Municipal. La presentación fue abierta por Larraín, seguida de apasionados discursos de Vicuña Mackenna, J. A. Tagle Arrate, Federico Valdés, Pedro N. Préndez, Manuel Vicuña y Luis Montt, quien formuló tres de peticiones principales: una ley del Congreso para adopción de viudas y huérfanos de los héroes de ambas corbetas, una invitación a los ciudadanos para reclutarse en el Ejército o la Guardia Cívica, y nombramiento de una comisión para las erogaciones con las que se erigiría el monumento al capitán Prat y la Esmeralda. El mármol de Regolemo que fuera necesario para las esculturas había sido ofrecido ese mismo día por los vecinos de la ciudad de San Fernando.

La enorme celebración continuó en la Plaza de Armas o de la Independencia, asistiendo a continuación a un Te Deum en la Catedral Metropolitana. Se hicieron presentes en este solemne encuentro el presidente de la República, don Aníbal Pinto, ministros y representantes del Senado, la Cámara, las Cortes de Justicia y la Municipalidad. No había duda, entonces: los héroes de Iquique habían pasado directamente al panteón de la máxima admiración patriótica y al compromiso ciudadano con el desarrollo del conflicto armado que, para muchos, hasta entonces había resultado más bien distante y ajeno.

Por su parte, en el mensaje de apertura de la temporada de sesiones del Congreso Nacional en Santiago, el 1 de junio siguiente, diría el presidente Pinto ante el honorable parlamento:

Me es grato anunciaros con plena satisfacción que ese ejército, en su mayor parte improvisado, se hace cada día más digno de nuestra confianza por el patriotismo y celo que a jefes y oficiales anima; ejército que, si hasta aquí sólo ha tenido en pequeña escala oportunidad de demostrar que el valor chileno tiene en él legítimos representantes, no está lejana la hora en que entre a competir con el heroísmo de que han dado espléndidas pruebas nuestros marinos en el glorioso, a la vez que doloroso combate de Iquique. Allí hemos visto a los que montaban los más débiles buques de nuestra escuadra, sostener con gloria el honor de nuestras armas contra los buques más poderosos de la armada enemiga. Un pueblo que cuenta con hijos como los que han sabido morir gloriosamente en la Esmeralda, o como los que con tanta entereza y arrojo han combatido en la Covadonga, tiene sobrado motivo para confiar en que los reveses de la guerra no quebrantarán su valor, y que aun la superioridad del enemigo no le arrebatará el triunfo.

Ese mismo día se realizó una tremenda concentración en Valparaíso, tras comenzar también las campañas de erogaciones para adquirir un nuevo buque llamado Esmeralda y monumentos dedicados a los héroes. Dijo en la ocasión don Eulogio Altamirano, ante la emocionada muchedumbre:

¡Qué espectáculo asombroso! Por eso ha conmovido tan profundamente a nuestras fibras, por eso ha inspirado a nuestros poetas y por eso inspirará a todos los artistas, y los atraerá más y más a medida que pasen los siglos y este hecho histórico y positivo, tome las proporciones de la leyenda fabulosa y fantástica.

En su obra "La imagen heroica en Chile. Arturo Prat, un santo secular", el historiador estadounidense William F. Sater aborda también la importancia que tuvo la figura y ejemplo de los héroes de la Esmeralda en la formación de tan potente y trascendente símbolo nacional: un emblema que se presentaba como totalmente necesario y oportuno en esos momentos, persistente hasta nuestros tiempos al encarnar las virtudes que involucra el patriotismo y esencialmente representadas en Prat y su sacrificio. No cuesta entender, entonces, por qué el Combate Naval de Iquique pudo ser el inicio de la fiebre noticiosa demandando suplementos de los periódicos y de las concentraciones patrióticas que se desplegaron durante todo el resto del conflicto, conectando con lo profundo del sentimiento de las masas y, desde la generalidad, al espíritu de cada sujeto.

Aduana de Iquique en el siglo XIX. Frente a ella se colocaron los cuerpos de los héroes.

Los héroes chilenos Arturo Prat e Ignacio Serrano. Muchos más rostros heroicos dejó la epopeya del 21 de mayo para la conmemoración, por supuesto.

Combate Naval de Iquique, en el quizá más famoso cuadro al óleo de episodios militares hechos por Thomas Somerscales.

"Prat guiado al sacrificio guiado por el genio de la Patria", cuadro de Cosme San Martín. Obra al óleo de 1883.

"La muerte de Prat", cuadro de Thomas Somerscales. Sus últimos instantes de vida en la cubierta del Huáscar.

El guardiamarina Ernesto Riquelme, en ilustración de Luis F. Rojas para el "Álbum de la Gloria de Chile" de Benjamín Vicuña Mackenna.

En insólito contraste, sin embargo, mientras los chilenos celebraban a sus héroes de la doble batalla naval, en Argentina sucedía algo muy parecido pero saludando a Perú y Bolivia: aunque se suponía que el vecino país no estaba directamente involucrado en el conflicto, ya era secreto a voces entre la diplomacia que ha había negociando su entrada a la Alianza, motivada por la disputa con Chile por los derechos de la Patagonia y Magallanes. De este modo, en Buenos Aires también se desplegaban incomprensibles celebraciones pero a favor de los aliados, en este caso basándose en absurdas y tendenciosas noticias que la propaganda y la prensa antichilena habían esparcido desde Perú y en propio suelo platense.

Contextualizando la situación social en Argentina, desde que fue conocida la noticia de las declaraciones de guerra entre Chile y los aliados habían comenzado a verse ruidosas manifestaciones porteñas a favor de estos últimos y al más puro estilo de las posteriores barras bravas de fútbol. Estas eran recordadas en el testimonio de Eduardo Balmaceda Valdés, en “Del presente y del pasado”, refiriéndose a lo sucedido desde el día 5 de abril afuera de la legación chilena, cuando había correspondido al gobierno de Chile hacer la declaratoria de guerra ya declarada por Bolivia y a la que fue arrastrado Perú por el pacto secreto de alianza:

A poco de almorzar, antes de las dos de la tarde un ruido ensordecedor de los petardos, las sirenas de los periódicos y del voceo de los suplementeros les hizo salir de los balcones e informarse de lo que acontecía y triste nueva: todo aquel barullo anunciaba nada menos que la guerra entre Chile y Bolivia estaba declarada; turbas recorrían las calles vivando a Bolivia y Perú y escuchábanse a su vez, en todos contornos, los mueras a Chile (…)

La prensa entera de Buenos Aires, comentaba extensa y apasionadamente el conflicto; unánimemente adversa a Chile, insinuaron algunos importantes periódicos que la República Argentina debía manifestar en forma tangible sus simpatías por nuestros adversarios.

En aquel ambiente hostil, además, había llegado a la legación chilena el enviado especial del presidente Pinto y de su ministro de Relaciones Exteriores, don Domingo Santa María, el entonces diputado por Carelmapu y futuro mandatario José Manuel Balmaceda. Su desafío era tratar de asegurar la neutralidad platense en el conflicto del Pacífico y amarrar en los acuerdos de solución a los litigios pendientes al astuto Manuel Montes de Oca, canciller del gobierno de Nicolás Avellaneda. Así las cosas, la comitiva diplomática chilena fue objeto de una humillante silbatina y abucheo a su paso, especialmente cuando Balmaceda y sus acompañantes partieron a presentar credenciales desde la legación hasta el Palacio de Gobierno, a las 15 horas del mismo día.

Estando las cosas en este punto y tras semanas de tensiones en las que los grupos porteños continuaban hostigando con gritos y bullicio desde exterior a la legación chilena, una equivocada relación sobre un supuesto triunfo peruano en Iquique el 21 de mayo les cayó a los nacionalistas locales como una dulce ambrosía. De esta sucia otra mancha en la historia diplomática entre ambos países hablará también Balmaceda Valdés:

Con petardos y sirenas al viento, el día 23 de mayo dábase la noticia de que parte de la escuadra chilena había sido sorprendida por la peruana y que la “Esmeralda” había sido hundida, la “Covadonga” rendida y que los peruanos seguían al sur para bombardear Valparaíso.

El historiador chileno Oscar Espinosa Moraga, especializado en temas de diplomacia, agregaba sobre aquellas extrañas celebraciones por el supuesto triunfo ajeno, en su obra “El precio de la paz chileno-argentina (1810-1969)”:

La unanimidad de la prensa argentina celebró a revienta bombos la “derrota” de los chilenos. Por el contrario, los corresponsales extranjeros se inclinaron reverentes ante el heroico sacrificio de Prat y sus compañeros.

Presidida por Bernardo de Irigoyen y los generales Frías y Guido, se realizó una imponente velada en el Teatro Colón para celebrar el triunfo aliado.

Sin embargo, durante la mañana del día 25 llegaría la noticia corregida y completa, confirmando la heroica actuación del capitán Prat y los demás héroes de la Esmeralda ante el Huáscar, la hazaña del capitán Carlos Condell y la Covadonga en Punta Gruesa y la destrucción de la Independencia que era la mitad de la principal fuerza naval peruana. Así describe Espinosa Moraga lo sucedido a continuación:

El sacrificio de Prat estremeció a Chile entero, enardeciendo hasta los más diferentes.

Por el contrario, la noticia del desastre de Iquique sumió al Perú en una honda postración moral que minó el espíritu combativo de los aliados. Para nadie se ocultó que la pérdida de la “Independencia” era el comienzo del fin.

(…) Así lo comprendió también la sagaz diplomacia bonaerense, que de inmediato viró en redondo.

Aprovechándose de la coyuntura que le brindaba un telegrama de la Moneda por el cual hacía llegar sus congratulaciones por el aniversario nacional y le daba detalles de la epopeya, a las 9 de la mañana del 25 de mayo, Montes de Oca irrumpió sin anuncio previo a la Legación gritando: “La Marina de Chile se ha cubierto de glorias. ¡Viva Chile!”, y sin dar tiempo a los dueños de casa para reaccionar, les mostró la comunicación telegráfica de Santa María.

Se habían cumplido los deseos de Balmaceda: los chilenos se habían batido como espartanos llenando de admiración a todos los círculos especializados del mundo.

La euforia antichilena desapareció como por encanto de la noche a la mañana.

En tanto, al mismo tiempo que se lamentaba pero admiraba en Chile la muerte de Prat y los demás héroes, la heroica de la Covadonga llegaba a Valparaíso el 23 de junio siguiente, encontrando la ciudad hermoseada y repleta de gente para recibirlos con un verdadero carnaval. El acto principal fue organizado enfrente de la Intendencia, elevando allí mismo a Condell hasta el grado de un mito viviente. Una delegación de estudiantes de liceo, liderada por Ricardo Lennes, esperaba también a su famoso grumete Juan Bravo con la corona de laureles más hermosa de todas las que se entregaron a los covadonguinos, pues lo precedía ya la fama que se hizo por su buena puntería evitando a tiros que los peruanos pudiesen usa el cañón de proa de la Independencia, durante la persecución que la dejaría encallada en Punta Gruesa. Al momento de recibir Bravo su premio, dijo Lennes en su discurso:

En el menor de los héroes de la Covadonga queremos saludar a los marinos del 21 de mayo, que han dado a la patria un día imperecedero. Digno eres, valiente grumete, de la corona de laurel que con regocijo te presentamos, porque tú has probado que en Chile hasta los niños son leones cuando se trata de la honra nacional.

Recibe lo que mereces y permite que un fraternal abrazo estreche tu corazón valiente a nombre de mis compañeros de liceo.

¡Gloria a los valientes!

¡Salud al porvenir!

Poco después, Condell llegaría también a Santiago con sus hombres, esta vez recibiendo honores de las máximas autoridades por su hazaña. La euforia patriótica fue similar, lavando con ello uno poco más los dolores y lágrimas por las pérdidas de vidas y por los prisioneros chilenos que aún estaban cautivos en Perú.

A todo esto, sin que las masas alegres chilenas se enteraran aún, no se detenían los efectos del 21 de mayo de 1879 en las relaciones de Chile con Argentina: marginando las voces de los que habían presionado para una intervención y que veían con triunfalismo la entrada del Plata a la Alianza, permanecía pendiente la ratificación del Senado para el proyecto de ley que autorizaba para esto al Ejecutivo y que llevaba tiempo ya aprobado en secreto por la Cámara de Diputados. Era el compromiso que Perú insistía desesperadamente hacer cumplir a Buenos Aires, sobre todo ahora al ver destruidas sus posibilidades de haber decidido la guerra en la Campaña del Mar. Lo propio hacía Bolivia, con el envío de Antonio Quijarro a la capital argentina. Sin embargo, el Senado dejó prácticamente detenida la tramitación, esperanzado en recibir mejores noticias aliadas que nunca llegaron: postergó las discusiones secretas para el próximo período de legislatura extraordinaria y, con la caída del Huáscar en Angamos el 8 de octubre, la entrada argentina a la Alianza fracasó, llevando al Congreso al retiro el respectivo proyecto de ley.

En tanto, los reclutamientos masivos que inspiró la épica de Iquique y hasta la rápida creación de lo que será después el regimiento Esmeralda, con este nombre en honor a la corbeta de Prat, no fueron los únicos actos reflejos del patriotismo chileno tocado por la varita mágica del heroísmo y el orgullo. Entre los curiosos objetos souvenirs resultantes de esa misma rauda industria conmemorativa despertada con la doble gesta estuvieron unos curiosos pañuelos de seda con el retrato de Prat y en las puntas la imagen de la Esmeralda, los que eran vendidos en almacenes de Santiago y Valparaíso. A estas piezas la gente solía llevarlas anudadas al cuello, no sólo en los mítines, como una especie de prenda distintiva. Esto es muy interesante, ciertamente: a diferencia de lo que intenta establecer una insistida idea de pretensiones revisionistas sobre el uso de la imagen del capitán casi de manera monopólica y exclusiva para la propaganda de guerra y la “fabricación” de un héroe popular que lograse movilizar el interés ciudadano en la guerra y su patriotismo latente, el carácter espontáneo y popular de objetos como este confirman que, cuanto menos, una parte de la euforia heroica puede ser enfocada genuinamente sobre las iniciativas de la propia ciudadanía y, en este caso, desde el comercio popular.

No sólo eso: la presencia de aquellos pañuelos conmemorativos en el uso del pueblo y a la venta en establecimientos más profanos fue tomada por muchos tremendistas como una verdadera afrenta o banalización para la memoria de Prat, Serrano, Condell, Aldea y todos los protagonistas chilenos de la batalla naval. Esto llegó a motivar protestas como la del periódico “Los Tiempos” de Santiago, inclusive, cerca de la Navidad de ese año y, al parecer con alguna tentativa oficial no consumada, buscando prohibirlas por las mismas razones. La intención final de estos descontentos con los pañuelos de la Esmeralda, así como para con cualquier forma de producción semejante, era que se tomaran medidas parecidas a las que, por ejemplo, decidiría el gobierno alemán hacia 1917, con respecto a poder usar el nombre del mariscal Paul von Hinderburg en publicidad y marcas de artículos comerciales. Para el caso chileno, sin embargo, nunca se concretaron tales afanes: vista la situación desde ahora, parece una cruzada que habría partido derrotada.

Imagen de época, mostrando una escena con la inhumación de los héroes de Iquique.

Imagen del grumete Juan Bravo, en sesión fotográfica. Fue el tirador desde lo alto de la Covadonga, aunque su hazaña e identidad también se han llenado de leyendas.

José Manuel Balmaceda (1840-1891), quien se encontraba en Buenos Aires cuando llegó la noticia de la batalla doble de Iquique.

El Monumento a los Héroes de Iquique en Valparaíso, un par de años después de su inauguración. Fuente imagen: Álbum de vistas de Valparaíso de Félix LeBlanc, c. 1888.

Cabrestante y trozo de cadena de la corbeta "Esmeralda", rescatados desde entre sus restos en la tumba submarina. Actualmente, en vitrinas del Museo Naval de Iquique.

Monumento a Prat y los héroes del 21 de mayo, bajo la Torre del Reloj de Iquique.

Medallones de bronce de los héroes en monumento de la Torre del Reloj de Iquique.

Monumento a los Héroes de Iquique o de la Esmeralda en el barrio Mapocho, casi enfrente del Mercado Central, año 1967 Fuente: revista "En Viaje".

Según ciertas tradiciones orales de Iquique ya parcialmente olvidadas, además, escrúpulos elitistas muy parecidos se habrían visto en el lugar donde permanecieron sepultados por un tiempo Prat y Serrano, en el Cementerio N° 1 del puerto nortino. Supuestamente, al actual altar funerario que recuerda el paso de los restos de los héroes por este camposanto, en su lugar preciso, siempre se le retiraban placas de agradecimientos o de homenaje dejadas por personas comunes, como si se tratara de una animita o de un altar popular, por considerarlas impertinentes e inapropiadas a la categoría de la memoria de ambos personajes.

En “La apoteosis de Arturo Prat”, Rosales describe también el regreso de los héroes sobrevivientes de la Esmeralda que habían permanecido prisioneros en Perú pero que pudieron ser canjeados por los capturados en el Huáscar en octubre, además de los que se sumaron desde la Pilcomayo en noviembre. De esta manera, partieron a Chile embarcados en el vapor británico Bolivia, el que salió del Callao rumbo a Valparaíso. Allá la confusión de las autoridades era enorme, pues la noticia fue bastante sorpresiva, obligando a organizar velozmente otro programa de fiestas para dignificar la recepción. De esta manera, cuando la nave llegó al puerto el 7 de enero de 1880, una gran manifestación popular se había organizado, con multitudinaria concurrencia:

En la plaza de la Intendencia, hoy de Rafael Sotomayor, los esperaban las autoridades, las tropas de la guarnición y un inmenso pueblo. Desde que Uribe, Sánchez, Zégers, Fernández Vial, Wilson y cirujano Segura pisaron el muelle, el alborozo general no tuvo límites. El ilustre segundo comandante de la Esmeralda de Arturo Prat hizo una entrada verdaderamente triunfal a Valparaíso, como en breve la haría en la capital.

Formaron las tropas de la guarnición y asistieron las más altas autoridades a dar la bienvenida a aquel puñado de bravos compatriotas. Desde la plaza vecina al muelle, ambas localidades adornadas elegantemente con arcos de arrayán y banderas, hasta la iglesia de los Sagrados Corazones, donde debía celebrarse un solemne Te Deum en acción de gracias por tan fausto acontecimiento, los héroes de la Esmeralda pasaron por entre flores, arcos y coronas.

Ya de camino a Santiago, la gente se agolpó en las estaciones para saludar al tren con los héroes. En Llay-Llay, además, se sumó a ellos la comitiva con la que llegarían a la capital, siendo recibidos con voladores pirotécnicos y un grupo de 300 jinetes campesinos oficiando como escoltas al entrar a la ciudad el tren. De acuerdo a lo que informó entonces el “Boletín de la Guerra del Pacífico”, en la Estación Central aguardaba un inmenso gentío, con la comisión municipal dirigida por el intendente Zenón Freire, además de una compañía de bomberos, el comandante general y tres bandas de música que dieron la bienvenida hacia el mediodía, cuando bajaron a andenes. Dos cañones del cuerpo de artillería anunciaron el arribo, y después del himno nacional cuatro oradores tomaron la palabra. Rosales relata también lo sucedido al partir en el carro del ferrocarril urbano por la Alameda de las Delicias, totalmente decorada:

Emprendió la marcha la góndola por entre una inmensa multitud de gente de a pie, a caballo y en carruaje, haciendo las veces de escolta el entusiasta escuadrón de campesinos, que seguía detrás disparando voladores en todo el tránsito por la Alameda. Indescriptible fue el entusiasmo con que era repetido y vivado el nombre de Uribe por el pueblo de todo Santiago en la marcha de la comitiva por la Alameda toda llena de gente en su largo trayecto. Por do quiera se oían las demostraciones de alborozo y las aclamaciones de un pueblo ávido de ver y aplaudir a los héroes sobrevivientes de la Esmeralda.

La vasta extensión de la Alameda estaba engalanada con el tricolor nacional.

Al frente de algunas boca-calles del trayecto de la Alameda se habían formado hermosos arcos con inscripciones patrióticas. En la calle del Estado, al desembocar a la plaza, se veía un gran arco de arrayán cubierto con tul blanco y sembrado de estrellas, con esta inscripción: A LOS HÉROES DE LA “ESMEALDA” LA PATRIA AGRADECIDA. En las cenefas del arco se leían en letras doradas los nombres de PRAT, SERRANO, URIBE, ALDEA y RIQUELME.

De los balcones de las casas y de todas partes llovían ramos y coronas sobre los distinguidos marinos.

La fiesta continuó con una parada frente a calle Vergara, para condecorar a Uribe, con los versos de homenaje recitados por Pedro Nolasco Préndez, saludos protocolares de alumnos de colegios y un discurso de cierre en la Plaza de Armas, a cargo de José Antonio Soffia. “La Plaza estaba, como las calles del tránsito de la góndola, invadida por la multitud”, informa Rosales.

Muchas tradiciones quedaron asociadas desde entonces a la figura de Prat, sus monumentos y hasta la boya conmemorativa en Iquique. Tradiciones que se extendieron también a prácticas de la marina mercante y los pescadores, inclusive, pues la celebración del 21 de mayo nunca perdió su masividad en Valparaíso, Santiago o Iquique, combinando astutamente aspectos oficiales y programados con otros más auténticamente populares e incluso espontáneos. Hasta el tradicional discurso de la Cuenta Pública del presidente de la República que se hacía desde 1926 en la misma fecha, respondía a esta lógica conmemorativa. En 1962, además, se construyó el monumento a los héroes de la Esmeralda en Santiago, el bello faro de roca verde de barrio Mapocho casi enfrente del Mercado Central, para que se pudiesen hacer allí las grandes celebraciones capitalinas del 21 de mayo. La leyenda dice que, al no haber coctail oficial el día de la inauguración, los presentes decidieron seguir el dedo de Prat que apunta en dirección a la costa en el mismo monumento, y así llegaron a la famosa cantina La Piojera, en la entrada de calle Aillavilú, lugar en donde se hizo costumbre de los marinos destacados en Santiago partir a terminar los festejos de cada aniversario del Combate Naval de Iquique.

Cabe recordar que en las calles de pueblos y ciudades era usual que el 21 de mayo fuera un día de actividades para los chinchineros, organilleros y músicos populares, con manifestaciones muy parecidas a las de la temporada de Fiestas Patrias. Se solía izar la bandera chilena en las casas, comercio y recintos públicos, mientras que las firmas comerciales y compañías se publicitaban en los medios de prensa aludiendo y saludando a los valientes de Iquique con ilustraciones, escudos patrios, retratos y eslóganes épicos. Por muchos años existió también el protocolo civil y marino del brindis por Prat y sus hombres en clubes sociales o centros de reunión, especialmente en Valparaíso y Santiago, para lo cual se organizaban cenas y encuentros especiales en el día de los festejos, algunos más públicos o abiertos que otros, y unos más copetudos que otros.

Otra tradición, más formal, comenzó el 24 de marzo de 1928, en el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, cuando el Ministerio de Marina publicó un decreto en el que se exigía a todos los buques de guerra que llegaran a Iquique a rendir honores en la boya Esmeralda de la Rada. Si bien el primer buque en cumplir la obligación fue la corbeta General Baquedano, el mayor de Ejército J. Olid Araya escribió por entonces un artículo de sus "Crónicas de Guerra. Relatos de un ex combatiente de la Guerra del Pacífico y la Revolución de 1891", en el que celebra el decreto pero señalando también que, hacía unos tres años, la Chacabuco al mando del capitán de navío Olegario Reyes del Río ya había rendido honores a la boya, en su viaje de instrucción de jóvenes guardiamarinas. Olid pudo observar este solemne acto desde la propia embarcación, con los 21 cañonazos respectivos, que hasta hoy se repiten en todos los actos principales del día de la efeméride, con todas las naves de los puertos desplegando empavesados y banderas.

Finalmente, cabe recordar que los niños exploradores chilenos comparten tradicionalmente un sentimiento especial por esta fecha, pues la Asociación de Boy Scouts de Chile se inauguró con una actividad el 21 de mayo de 1909, tras una visita del militar británico Robert Baden-Powell al país. Consistió en un acto oficial en el Puente Los Morros del río Maipo, en el que participaron cerca de 300 miembros de la naciente organización. Se eligió la fecha precisamente como homenaje a la epopeya de Iquique y Punta Gruesa por decisión de los precursores, Alcibíades Vicencio y Joaquín Cabezas. En la ocasión, el sobreviviente de la "Esmeralda", doctor Cornelio Guzmán, dio una charla a los asistentes sobre el Combate Naval de Iquique.

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