EL GRATO CAUTIVERIO DE LOS PRISIONEROS DE SAN BERNARDO

Plaza de San Bernardo hacia 1900. Fuente imagen: blog Chile del 1900.
En contraste con el trato que recibieron ciertos chilenos en manos aliadas, como sucedió a quienes fueron atrapados en el transporte vapor Rímac el 23 de julio de 1879, los peruanos que quedan cautivos en la decisiva Batalla de Angamos del 8 de octubre siguiente, recibieron un excelente trato en Chile, a la altura de héroes. Fue la ocasión cuando cae capturado el monitor Huáscar y tiene lugar la sensible muerte del almirante Miguel Grau, además, por lo que la campaña naval quedó prácticamente decidida.
El referido buen trato se dio, muy especialmente, con los peruanos que fueron conducidos inmediatamente después de la batalla hasta en la prisión de San Bernardo, la encantadora y folclórica localidad en la Zona Central, al sur de Santiago. El lugar era por entonces algo más que un pueblito en las afueras de Santiago, en donde aún era tradicional entre los capitalinos ir a celebrar el carnaval, algunas carreras ecuestres y las fiestas patrióticas del aniversario de la Batalla de Chacabuco en cada verano, cuyo festejo era similar al que se veía en las fiestas dieciocheras de septiembre. Un apacible y retirado destino entre campos agrícolas y en donde ya era todo un premio espiritual pasar alguna temporada, en otras palabras.
Cabe comentar que, cuando se conoció la noticia de que el Huáscar había sido atrapado pero que su comandante Grau había ofrendado su vida en la lucha, hubo una sensación contrapuesta de alegrías y penas por parte de los marineros y de la propia sociedad chilena. Esto puede confirmarse revisando la prensa de la época, además. Con las dignidades correspondientes, entonces, y también comprendiendo el doloroso momento en que se encontraban los prisioneros peruanos, estos fueron llevados por el blindado Blanco Encalada primero hasta Antofagasta, desde donde salieron en la nave Copiapó hasta Valparaíso. Por supuesto, eran momentos cuando el conflicto aún se asumía con la hidalguía y honor de la vieja escuela guerrera, especialmente en los enfrentamientos marítimos, antes que el desgaste de los espíritus y las emocionalidades acabaran encarnizando los ánimos especialmente a partir de lo que sucedería un mes y medio después en Tarapacá.
Los prisioneros peruanos no estaban informados de hacia dónde eran conducidos, sin embargo. Uno de ellos, Fermín Diez Canseco, había escrito a su madre aún embarcado en Mejillones, el 9 de octubre: “Estoy prisionero; no sé dónde me llevarán, pero supongo que a Valparaíso”. Debió ser un alivio para muchos de ellos, entonces, llegar al puerto y desde allí a la capital, tan lejos de los teatros de la guerra, para ocupar la residencia de San Bernardo. Esta correspondía a una enorme propiedad que existió en la dirección de calle Freire 24, a escasa distancia de la plaza central, escogida para este uso por el coronel Antonio Bustamante.
Aliviados así por llegar a dicho destino, el guardiamarina peruano Francisco Retes escribiría a su madre el 15 de octubre, sólo una semana después de caer capturado el Huáscar, algunas expresiones de calma y mejor ánimo. Las siguientes líneas de aquel texto están reproducidas en una edición de la revista oficial del Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, en 2008:
Querida mamá, anoche llegamos a esta pequeña población situada a muy corta distancia de Santiago, en donde estamos perfectamente alojados en una casa huerta. Espero por el gobierno y recibiendo las mayores atenciones de parte de los encargados de cuidarnos.
Detallando la situación, allí en San Bernardo los 16 sobrevivientes retenidos por los chilenos se encontraban en condiciones casi vacacionales, con posibilidades más bien de grato descanso y mantenidos por las propias autoridades chilenas. San Bernardo era, de hecho, uno de los lugares favoritos para el retiro y reposo entre los santiaguinos además de sus atractivas celebraciones nombradas, después de la costa y los campos más distantes de la ciudad. Sin embargo, la condición de los allí reunidos seguía siendo la de prisioneros de guerra, paradójicamente. Pocas veces, salvo quizá en las colonias de trabajo que se implementaron entre paisajes del sur de Chile, se han dado condiciones tan cómodas y envidiables para enfrentar un cautiverio.
De acuerdo a lo que informaba el diario “El Maipo” del domingo 9 de noviembre de 1879, los prisioneros de San Bernardo no tenían un horario obligatorio para levantarse, se les llamaba para almorzar en los comedores de un hotel cercano y podían recibir visitantes en la estación del ferrocarril. Citado por el diario “La Tercera” del martes 3 de julio de 2012, decía aquel medio contemporáneo a la guerra:
Podían levantarse a cualquier hora dentro de la mañana, hasta que se les llamaba a almorzar en el Hotel Bolívar. Podían circular hasta la plaza. En la tarde algunos leían y otros recibían visitas de la capital, de familias que tenían conocidos en Lima. A las cinco y media se les llamaba a comer. Luego llega la noche y con ella cierta tristeza que algunos disipan jugando al billar en el hotel vecino.
Aquel virtual estado de gracia y gozando de tales libertades de acción, entre viejos árboles y cantos de pájaros, se confirman leyendo también una carta que redactó para su padre el aspirante peruano Federico Sotomayor y Vigil, fechada el 15 de octubre de 1879, nuevamente sólo una semana después de la caída del Huáscar en manos chilenas. El enérgico muchacho había salido herido en la cabeza y en las piernas durante el combate de Angamos, pero se recuperó rápidamente de las mismas siendo trasladado, a continuación, hasta el señalado caserón de San Bernardo. Así pues, desde allí escribiría lo que sigue:
Nos tratan bien. Estamos en una casaquinta en San Bernardo, precioso lugar a inmediaciones. Muchos amigos tuyos han venido a verme o me han escrito ofreciéndome toda clase de servicios; hasta ahora no he aceptado ninguno. Algunos han ofrecido llevarme a su casa en Santiago; tampoco he aceptado. No quiero ni debo separarme de mis compañeros de infortunio.
Fue por esas mismas razones que el sacerdote italiano fray Benedicto Spila de Subiaco, elogiaba el comportamiento de los chilenos con sus enemigos durante el mismo conflicto, publicó un valioso documento titulado "Chile en la Guerra del Pacífico" en 1883, salido de la Imprenta del Ñuble, en Chillán, con traducción de don Juan Franzani, otro ilustre y valioso italiano de su época. Este trabajo, hecho a iniciativa totalmente personal de Spila, tenía por objetivo principal fue refutar y desmentir las afirmaciones de su compatriota el cronista e historiador Tomás Caivano, quien acababa de publicar en Italia un libro titulado "Historia de las Américas" a favor de la posición aliada, en donde hacía una verdadera caricatura del conflicto y adoptaba para sí, con gran entusiasmo, muchos de los mitos y propagandas vertidas en Perú contra el enemigo chileno en aquellos días de pleno desarrollo de la conflagración.
De ese modo y con tal motivación, Spila de Subiaco, a la sazón noble guardián del Convento de San Francisco de Chillán, decía lo siguiente en el capítulo titulado "Conducta del pueblo chileno con los enemigos":
Sin embargo, en Chile se dio un ejemplo de tan extraordinaria generosidad, que ha llamado la atención de todos los extranjeros, los que por esto le hicieron públicas demostraciones de admiración. En el largo período de la guerra, los peruanos residentes en Chile han gozado de aquella seguridad y paz, que la hospitalaria República de Chile dispensa a todo extranjero. Sólo en la ciudad de Concepción, una docena de bullangueros se permitieron algunos actos hostiles en contra del fotógrafo Palomino, peruano que, imprudentemente, los provocó con palabras ofensivas para su patria; demostración de cuatro gritos, que sin embargo fue censurada por los periódicos y por toda aquella culta sociedad.
Fue tan proverbial la generosidad del pueblo chileno con sus enemigos, que la viuda del contralmirante Grau mandó a sus hijos a colegios de Valparaíso para instruirlos y educarlos.
(...) De ahí el sincero dolor que manifestó a la noticia de su muerte. Semejante sentimiento se expresó en la prensa y en las más solemnes circunstancias, y el señor Carlos Castellón (actual ministro de guerra) hablando en la plaza de Concepción a un auditorio, justamente entusiasmado por la captura del "Huáscar", que dejaba a la escuadra chilena el dominio del Pacífico, no trepidó en afirmar que la copa de la más pura alegría, que en aquel momento embriagaba todos los corazones, era amargada por una gota de hiel, por la muerte del ilustre Grau, que por sus nobles acciones se había hecho digno enemigo de Chile.

El Combate de Angamos por Thomas Somerscales, en 1889, en conocido cuadro del Museo Histórico Nacional .

La plaza y su kiosco, hacia 1910. Fuente imagen: blog Chile del 1900.

Plaza de San Bernardo hacia el 1900. Fuente imagen: blog Chile del 1900.

Segunda edición del libro de Fray Spila (Roma, 1887)

Entrada a la estación de San Bernardo por el lado de calle Arturo Prat, con sus antiguas residencias. Fuente imagen: Google Street View.

Sector de la noria pública central de la Plaza de San Bernardo, en tiempos actuales.
Y, a continuación, el sacerdote italiano entrará de lleno a describir el cautiverio lleno de gracias y agrados en que se encontraban los prisioneros peruanos:
Llegados a la capital y hospedados en magníficos cuarteles, gran parte de la sociedad de Santiago los visitó con tierno afecto, como habría podido hacerlo con sus propios soldados, les distribuyó regalos y fue pródiga hasta de dinero, llevando tan lejos su generosidad y afable trato con aquellos infelices, que algunos periódicos las censuró suavemente, porque con tantas muestras de bondad habrían podido creer que las merecían por sus acciones, cuando eran sólo natural efecto de la compasión.
Y mientras la sociedad de Santiago mostraba tanto lujo de nobleza, el gobierno le señalaba para su estadía la ciudad de San Bernardo, que es el temperamento más suave de la provincia de Santiago, y lugar de recreo de los grandes señores de la capital.
¡Qué contraste entre los sentimientos del pueblo peruano y aquellos del pueblo chileno!: los peruanos expulsan de su suelo a los pacíficos chilenos, con pérdida de sus bienes y con peligro de la vida, los chilenos consienten en sus ciudades y tiene por ellos toda clase de consideraciones; los periódicos de Lima llegaron hasta negar el evidente heroísmo de Prat y de la tripulación de la Esmeralda, y los chilenos reconocen públicamente el valor de Grau y de los marinos del "Huáscar" y se entristecen por la muerte de aquel simpático contralmirante; los peruanos emplean los prisioneros chilenos en los trabajos de las fortificaciones y los relegan a regiones inhabitables, y los chilenos los reciben con excesiva generosidad y eligen para su residencia uno de los lugares más amenos de la República.
Dicho sea de paso, a pesar del sincero y generoso gesto de fray Benedicto Spila con Chile traducido en aquella publicación de "Chile en la Guerra del Pacífico", entendemos que la única vez que recibió como reconocimiento realmente importante por ello fue un Voto de Gratitud, extendido por la Municipalidad de Valparaíso el 8 de octubre de 1883. De hecho, desde su última edición de "Chile en la Guerra del Pacífico" tuvieron que pasar más de 120 años para que fuese republicado en versión facsimilar, por el Museo de la Guerra del Pacífico Domingo de Toro Herrera.
Sólo una fuga se produjo durante todo el período en que funcionó la prisión de San Bernardo: como la vigilancia era mínima, todo sugiere que fue la comodidad y el buen trato lo que impidió que se produjeran más escapes. De acuerdo a información divulgada por el investigador Mauricio Pelayo, la identidad de aquel fugado es la del comandante peruano Erasmo Cornejo. Uno de los detenidos, el médico de ejército peruano de origen vasco, don Bernardo Burucúa, incluso se quedó en el pueblo después de la guerra: se desempeñó como médico en el Hospital Parroquial de San Bernardo, contrajo matrimonio con una chilena y ayudó a fundar el cuerpo de bomberos local en 1903, dedicándose también a cuestiones de política según informaba el profesor de historia Carlos Besoaín, entrevistado para el señalado artículo del diario “La Tercera”.
La buena estadía de los prisioneros del Huáscar había terminado para muchos de ellos hacia fin de año, sin embargo, cuando se acordó un canje de presos de guerra entre Chile y Perú hacia inicios del mes de noviembre, ya en los últimos tiempos del gobierno de presidente Mariano Ignacio Prado en el país incásico. De este modo, el 3 de diciembre llegaron a Valparaíso los chilenos de la Esmeralda, siendo recibidos de manera triunfal. Los prisioneros peruanos, en cambio, llegaron al puerto del Callao el 30 de diciembre, pero el recientemente asumido presidente Nicolás de Piérola, poseso de sus actitudes siempre temperamentales e impulsivas, incomprensiblemente les negó toda clase de honores y los pasó a sumario por la pérdida del Huáscar.
Hubo muchos otros prisioneros que pasaron sus respectivas temporadas en la mansión solariega de San Bernardo y después en residencias menores especialmente arrendadas para este servicio. Esto sucedía incluso después de la Toma del Morro de Arica y cuando la unidad aliada ya había caído herida de muerte en Tacna. Podrían haber llegado a 600 según Beosaín, y por lo bajo unos 350 durante todo el período, hasta las postrimerías de la guerra en 1883.
El buen trato descrito continuó, incluso para el oficial de marina y militar Leoncio Prado Gutiérrez, hijo del ex presidente Prado, quien había sido atrapado en julio de 1880. Aunque fue tratado con guante de seda y rechazó varias veces las propuestas de libertad con la condición de “no volver a empuñar las armas”, acabó aceptando la expresa carga condicional. Ya libre, sin embargo, desconoció el compromiso obedeciendo a su alma de montonero indómito y peleando incluso en la decisiva Batalla de Huamachuco de 1883. Su muerte por un posible fusilamiento o un contagio infeccioso aún es objeto de especulaciones y teorías contradictorias entre sí.
El pueblito de San Bernardo mantuvo por largo tiempo más sus bondades ambientales, sus aves nativas y sus árboles frutales antes de acabar asimilado por el crecimiento desparramado de Santiago. Fue tierra atractiva para poetas, escritores e intelectuales de influencia, además: Baldomero Lillo, Augusto d'Halmar, Manuel Magallanes Moure, Claudio de Alas, Evaristo Molina, etc. Refiriéndose a la celebración con fiesta y desfiles de los 128 años de la comuna de San Bernardo, recordaba el ilustre cronista Raúl Morales Álvarez aquel episodio sucedido en la Guerra del Pacífico como parte de la valiosa historia de la localidad, en febrero de 1949 (artículo que figura en la antología "Raúl Morales Álvarez y los poetas malditos de Chile"):
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