TILIVICHE, EL OASIS DE PAZ PARA VIVOS Y MUERTOS

Imagen histórica de las habitaciones en la Hacienda Tiliviche. Imagen publicada en las redes sociales de la propia dirección de la hacienda.
La hermosa Hacienda de Tiliviche se encuentra dentro de la extensa Quebrada de Retamilla, llamada también Tiliviche en este tramo ubicado unos 125 kilómetros al norte de Iquique, en la desértica Región de Tarapacá. Triunfando sobre el clima, la quebrada tiene un pequeño hilo fluvial que riega los cultivos de la propiedad y permite la vegetación en su ribera, con aguas provenientes desde la cordillera en el actual Parque Nacional Volcán Isluga. Esta corriente desagua en la quebrada de Camiña o Tana, siendo la base de la vida en la zona.
La localidad de Tiliviche forma parte de la actual comuna de Huara y de la Provincia del Tamarugal. La carretera pasa tan cerca de ella, contorneándola, que puede ser observada diariamente por cientos de viajeros en el kilómetro 1.896 de la Ruta 5 Norte, hacia o desde la vecina Región de Arica y Parinacota. La misma autopista fue trazada por el sector de la cuesta en donde existe también una curva bastante conocida y temida por los conductores habituales por sus cerrados ángulos, en la subida al sur y tras salir del puente .
Pocos saben hoy, sin embargo, que aquel lugar fue un curioso punto de paz en plena Guerra del Pacífico: un tranquilo balneario ribereño, aislado y parcialmente ajeno a las confrontaciones del entorno, en donde aún descansan algunos héroes chilenos y aliados dentro de su pequeño cementerio, de hecho. Tiliviche no estuvo eximido del todo al conflicto, sin embargo: aún en su posición de seguridad, fue un oasis abastecedor para las fuerzas peruanas y bolivianas, sirviendo de similar manera a los chilenos cuando el territorio cambió de manos. La presencia de agua fresca, pastos para los caballos y productos agrícolas en el lugar lo convirtieron en un punto estratégico durante todo el conflicto, además de anticipar el valor turístico que explota en la actualidad.
Se trata, pues, de un enclave agrícola en donde los rastros de la historia ancestral se encuentran casi bajo cada piedra, con antiguos canchones de cultivos y eras trazadas sobre parte del terreno, incluso en las laderas con acantilados. Hay vistosos geoglifos junto a la quebrada, los principales de ellos representando una gran cantidad de llamas y sus pastores, además de algunos petroglifos en las paredes naturales. También es un lugar en donde el sol quema a todo el resto del paisaje y, a veces, lo golpean las espesas camanchacas. Cuenta aún con otras atracciones relativamente cercanas en la cañada, como la quinta verde Quinua Alto y el cementerio antiguo junto a la carretera A-40 hacia Pisagua, del que poco queda actualmente salvo algunas cruces raquíticas y cercos de tumbas en donde los visitantes dejan monedas como ofrendas. Y, aunque se dice que tuvo tiempos mejores, Tiliviche actualmente cuenta con cerca de 20 habitantes permanentes, convertida en un verdadero museo de época, con gran elegancia y belleza en las salas interiores del caserón patronal estilo georgiano y victoriano, hecho del pino Oregón que traían como lastre y carga estabilizadora los antiguos navíos clípers en sus rutas comerciales.
La hacienda había surgido hacia mediados del siglo XIX, pero los primeros cultivos en la zona se podrían remontar a unos 6.000 años con producción de maíz, además de hallarse la presencia de restos de cuyes tradicionalmente consumidos como alimento en territorios de influencia incásica. El lugar había pertenecido antaño al Departamento de Pisagua y sobrevivió como otro testimonio de la epopeya minera de los desiertos. Decía el historiador de Iquique don Luis Vásquez Trigo en un artículo publicado en el medio “Tarapacá Insitu” (“Tiliviche: una hacienda con vista a la historia”, 16 de junio de 2019), que su origen está en las llamadas paradas explotadoras del salitre al norte de la Pampa del Tamarugal, en donde sus propietarios vendían su producción a casas como Hainswort & Cía, con sede en Santiago y Valparaíso, la que los proveía de maquinarias, herramientas e insumos. La parada de Tiliviche, particularmente, dependía en sus inicios de un español de apellido Astaburuaga, pero la quiebra de la empresa lo dejó endeudado con la firma inglesa, debiendo procederse al remate tanto del lugar de las obras como de la hacienda:
El encargado por la empresa de viajar a la zona fue John Syers Jones, quien administrará la salitrera y la hacienda, la cual producía alfalfa para sustentar a la gran cantidad de mulares que se utilizaban en las faenas y transporte del salitre, además de producir hortalizas con las que proveía a los campamentos y pueblos para las oficinas de la Pampa Norte. La hacienda contaba y cuenta con una superficie de 950 hectáreas, tanto de terrenos cultivables, habitacionales, corrales y funcionales a toda la intensa actividad agrícola e incluso social que allí se desarrollaba.
Confirmando el valor histórico del lugar, en el mismo fue velado y despedido el ex mandatario peruano y gran mariscal don Ramón Castilla y Marquesado, cuya casa natal en la localidad de San Lorenzo de Tarapacá permaneció en pie hasta el terremoto del año 2005, además. Tras haber pasado una temporada exiliado en Chile había viajado por mar hasta las costas atacameñas y desde allí rumbo a Arica, con la intención de derrocar a su adversario Mariano Ignacio Prado, el recientemente asumido presidente provisional de Perú y quien, 12 años después, ocupaba otra vez la Casa de Pizarro al comenzar la guerra con Chile. Sin embargo, al ir aproximándose con su escuadrón hasta quebrada de Tiliviche el anciano Castilla no había soportado las terribles condiciones del desierto agravando su ya lesionada salud: falleció poco antes de llegar a la refrescante hacienda, en donde debía hacer un alto para el descanso. Habría muerto rogando al Cielo sólo unos días más para alcanzar a liberar su patria, de acuerdo a lo expresado por el historiador Jorge Basadre en “Historia de la República del Perú”. Su velorio fue organizado en la hacienda por su amigo y acompañante Manuel Almonte Vigueras en la misma noche del 30 de mayo de 1867, y los restos fueron trasladados hasta Lima.
La propiedad por entonces estaba en manos de la firma Outram, Campbell & Cía., de la que formaba parte Syers Jones, señala también Vásquez Trigo. Esta compañía fue dueña de la oficina salitrera Agua Santa en el cantón de Negreiros, primera en aplicar el sistema de extracción Shanks iniciado en 1878 por John Thomas Humberstone, valiéndose de vapor de agua y reemplazando el antiguo de las paradas. La actual administración de la hacienda asegura, sin embargo, que en realidad esta se hallaba a la sazón en propiedad de la compañía salitrera Hainsworts & Cía., con sede en Valparaíso y con capitales del mismo Syers Jones. Este empresario se asoció después a sus colegas John D. Campbell y un tal Mr. Outram, dato que también es defendido por el investigador patrimonial nortino Reinaldo Riveros Pizarro en su centro de divulgación cultural “La Voz de la Pampa”. Esta sociedad dio origen a The San Antonio Nitrate and Iodine Co., quedándose con el oasis de Tiliviche.
Ya más cerca del estallido de la guerra llega a establecerse el irlandés Adam Keith O’Connors (aparece como Keath O’Connors, en algunas fuentes), reclutado para hacerse cargo de la administración y materializando un contrato de compra-venta de la hacienda en 1870. Él traerá también a su esposa escocesa Anna McGhee O’Donnels y a sus hijos Sara, William, Adam, Maggie, John y Annie. Un séptimo niño, James, nacerá en Tiliviche.
Como dijimos, se trataba de un lugar situado en las rutas de las fuerzas chilenas y aliadas de la Guerra del Pacífico, así que a partir de 1879 se volvió sitio estratégico también para obtener agua y alfalfa. Y aunque permaneció como una aldehuela de espíritu pacífico durante la conflagración, los enfrentamientos se dieron prácticamente en todo su entorno: Pisagua, Dolores, Pampa Germania, Tarapacá... Esto hizo que la familia la dejara por algún tiempo cuando los chilenos concretaron la Campaña de Tarapacá, precisamente.
Sin bien pueden hacerse muchas observaciones a los ajustes de la narración general del libro con los hechos históricos precisos, en las memorias de José Miguel Varela tituladas “Un veterano de tres guerras” y editadas por Guillermo Parvex, encontramos algo interesante sobre las exploraciones que se le encargaron por Tarapacá en febrero de 1880, para detectar focos de posibles guerrilleros, llegando a involucrar a Tiliviche. Varela tendría allí uno de sus mejores sueños durante toda la guerra, comenta de su grata estadía en la hacienda mientras fue la base de operaciones del grupo de Granaderos:
Llegamos a Tiliviche ya casi de noche y nos alojamos en una gran casa, de dos pisos más altillos, con grandes balcones de manera que recorrían prácticamente todos los costados del segundo piso. El primer piso estaba protegido por amplios corredores, al estilo de nuestras casas de campo. La hermosa residencia, según supe después, era de un peruano muy rico, hacendado de esta quebrada, pero además propietario de la Oficina Salitrera San Antonio, ubicada cerca de San Francisco.
(…) Apenas amaneció tomamos un muy buen desayuno, incluso café con leche, ya que unos soldados, recorriendo hacia el interior de la quebrada, habían descubierto un pequeño establo y sin pensarlo más habían ordeñado un par de vacas.
La residencia estaba a nuestra entera disposición, ya que sus moradores habían huido un mes antes a Arica. Los empleados se habían encerrado en sus casas dispersas por el angosto pero largo campo, que surgía como un oasis al interior de la quebrada, contrastando con los arenales y desiertos que la rodeaban por todos lados.
Así las cosas, el grupo de chilenos permaneció disfrutando de las bondades del lugar antes de recibir la poco feliz orden de abandonarlo para partir ahora hacia Santa Catalina:
Tiliviche fue nuestro lugar de reposo por plácidos días en los cuales nunca vimos merodeando un enemigo. Comimos siempre bien, en la mesa del comedor de visitas, con mantel largo. Bebimos buen café y buen vino, estábamos siempre aseados, nuestros uniforme limpios y planchados y qué decir de los caballos, que pastaban hasta echarse a dormir y recuperaron todo su peso y bríos. Carboncillo estaba lustroso por la permanente ingesta de pasto tierno y fresco y, además, casi todas las tardes, cuando regresaba de mis rondas, nos íbamos al estero y allí lo bañaba muy bien.

Vista antigua de la Hacienda Tiliviche, en fotografía publicada por el sitio Surdoc.

Una actividad social y celebración dentro de la hacienda, en imagen de las colecciones de los propietarios de Tiliviche, publicada en el portal Tarapacá InSitu.

Fotografía del Cementerio de los Ingleses de Tiliviche hacia el 1900, en las colecciones de Antonio Quintana de la Biblioteca Nacional, publicada por Memoria Chilena.

Puertas de forja al ingreso del Cementerio Británico de Tiliviche. Atrás, a la izquierda y trepando por la pendiente, se ven las cruces del sector en donde estarían sepultados soldados de la Guerra del Pacífico.

Vista general de la hacienda en la actualidad, con parte de la carretera y el puente, en imagen publicada en el sitio de Vilas Radio.

El caserón patronal de la Hacienda Tiliviche, en imagen publicada en el sitio de Vilas Radio.
Coincidiría que la familia completó el pago de la propiedad hacia el final de todo aquel capítulo bélico, además, en 1884 según informa la dirección actual de la hacienda, aunque Vásquez Trigo aseguraba que esto fue en marzo de 1889. Como sea, el caso concreto es que la hacienda fue traspasada definitivamente a la familia y después a la sucesión, continuando en ella los cultivos de maíz, alfalfa, hortalizas y legumbres que se vendían a salitreras de la zona, varias de la misma compañía de Keith de acuerdo a lo que informa Francisco Riso Patrón en el “Diccionario geográfico de las provincias de Tacna y Tarapacá” de 1890. Todavía se criaban allí mulas y caballos, animales de gran importancia para la industria minera, mientras que algunos ingleses de la época habían llamado a Tiliviche como la Última Parada.
La paz que podían disfrutar los vivos de la hacienda comenzaría a ser compartida con los muertos, sin embargo: dado que había una gran cantidad de británicos viviendo en Huara, Zapiga y las muchas salitreras pampinas, se había decidido habilitar hacía algunos años allí un cementerio inglés propio, ya que los camposantos de Pisagua e Iquique se encontraban demasiado distantes y no siempre se podían obtener sepulturas en cementerios católicos. Cierta tradición local dice que incluso se hizo traer tierra de la Gran Bretaña para esparcirla en estas nuevas sepulturas. El lugar resultante no puede ser más grato y pintoresco, desde entonces, como lo es todo el resto de la hacienda.
Inés Herrera Canales, en artículo del “Boletín de la Academia Chilena de la Historia” (“Cementerios de disidentes en sitios mineros de Latinoamérica en el siglo XIX”, edición N° 130 de 2021), considera posible también que el cementerio de Tiliviche fuera solicitado cuando esos territorios todavía eran peruanos, en virtud de las disposiciones de un tratado entre la Confederación Perú-Boliviana y Gran Bretaña e Irlanda, firmado en Lima: este permitía la libertad de ejercicio y profesión de fe para los ciudadanos británicos residentes en jurisdicción del protectorado en lo relativo a ritos funerarios y cementerios propios, en cada zona donde habitaran. De acuerdo a las fichas del Consejo de Monumentos Nacionales de Chile, el terreno que se dispuso para el camposanto en el costado norte de la quebrada y por el lado opuesto al caserón, justo bajo el camino de la cuesta y junto a los tamarugos, abarca unos 3.000 metros cuadrados hoy delimitados por pircas y rejas de forja. Destaca también por su artística entrada de arco con puertas también de enrejado metálico, en donde se lee: British Cemetery. Así lo describía en su época Riso Patrón:
Es también notable este lugarcito por existir allí un pequeño cementerio, muy bien atendido, en donde reposan los que fallecen en las oficinas salitreras de Jazpampa, Paccha, Carolina, etc. Su cuidado y gastos son hechos por la colonia inglesa y las sepulturas están cubiertas con sencillas lápidas de mármol, grabadas con inscripciones dedicadas a la memoria de los que allí, duermen el sueño eterno.
Al interior se cuentan hoy unas 120 tumbas, principalmente de algunos capitalistas ingleses y otros europeos quienes fueron parte de la misma fiebre industrial salitrera. Entre ellos está el propio Humberstone, o don Santiago como fue llamado por los chilenos, tal cual dice en su epitafio sobre la dedicatoria “Respetado padre, bondadoso jefe y leal amigo”. Había fallecido en 1939 y su apellido lo llevará la ex salitrera La Palma, orgullo de la historia de Tarapacá. En su libro “Crepúsculo en un balcón. Ingleses y la pampa salitrera”, Biddy Forstall Comber comenta al respecto: “al principio me extrañó, pero ahí también se enterraron cuatro de sus hijos que murieron de quién sabe qué triste enfermedad siendo muy chiquitos”. También está en el lugar su esposa, Louise Irene Jones, así como la madre de esta última y suegra de Humberstone.
Conocida es, además, la tumba de Henry M. McCrea, con una fotografía suya que figura en el “Álbum de Tarapacá, Iquique, desde fines de 1800 hasta comienzo del 1900”, donado por la familia Matta Geddes al Archivo Fotográfico de la Biblioteca Nacional. También está la de Henry North, de quien se ha dicho sería hermano o sobrino del controvertido pero influyente empresario John Thomas North, el mismo que fue llamado en su momento el Rey del Salitre. La que corresponde a Henry W. Backus lleva también su apodo: Malo, no porque lo fuera realmente, sino porque habría sido un conocido capataz o jefe quien solía encontrar todo “malo” y reclamar por ello en su oficina salitrera hasta su muerte a inicios del siglo XX, según la leyenda. Otras sepulturas son de quienes eran trabajadores en la misma hacienda.
Entre las sepulturas hay lápidas y cruces confeccionadas en piedra, mármol y madera, algunas mandadas a hacer en Europa, misma procedencia de otras partes entre las estructuras en este sitio. Se pueden ver algunas imágenes bastante artísticas, de hecho, incluida cierta escultura angelical de mármol que es todo un símbolo allí, hacia el ala oriente, guardiana de la cripta de dos infantes. También se pueden reconocer lápidas y cruces de diseño florenzado, céltico y gaélico, entre otras bellezas, aunque varias han sido dañadas por los terremotos de 2005 y 2014.
Un dato interesante y también conectado con la Guerra del Pacífico es que en aquel cementerio existirían una fosa y sepulturas con soldados, por el ala poniente del rectángulo de terreno, en el sector norte del mismo. Es un área con superficie arenosa y afectada por la pendiente del terreno que se empina al borde de la quebrada. Vásquez Trigo y Herrera Canales han dicho que los allí sepultados serían bolivianos de los Colorados de Daza, pero también se asegura que debe haber chilenos y peruanos, desconociéndose sus nombres. Patricio Rivera Olguín, en “Fantasmas del norte. Imaginarios, identidad y memoria”, indica que los inhumados son chilenos y aliados, “muertos en una escaramuza a fines de la campaña de Tarapacá”. Por su parte, el investigador de historia militar de Iquique, don Enrique Cáceres, cuenta con información adicional que podría confirmar este dato, hablándose incluso de alrededor de 50 a 60 cuerpos de soldados chilenos allí enterrados.
Para entrar en más detalles, se trata de las sepulturas con las más humildes cruces de todo el conjunto cementerial y en el sector más despejado, sin árboles. Por sobre todo, se presumen correspondientes a caídos en la batalla de Dolores del 19 de noviembre de 1879, al sur de Zapiga y en la vecindad de la oficina salitrera San Francisco. Es posible, sin embargo, que se trate también de algún enfrentamiento entre avanzadas o exploraciones de cuadrillas rezagadas de aquella batalla. La familia ha asegurado que su ancestro Adam Keith ayudó personalmente a sepultar los restos de aquellos soldados, además, al concluir aquella batalla. Por Decreto Supremo N° 582 del 28 de junio de 1976, el llamado Cementerio de los Ingleses fue declarado Monumento Histórico Nacional.
Como es sabido, con la crisis general de la industria salitrera en los años treinta las oficinas del desierto fueron cerrando y desapareciendo una a una. Se apartó del entorno de la hacienda toda la intensa actividad del oro blanco y la propiedad continuó siendo mantenida como posesión familiar, corriendo con un mejor destino que otros históricos sitios de la región. La última tumba del Cementerio Británico de Tiliviche habría sido ocupada en 1974 según la información oficial, cuando la euforia del caliche había quedado muy atrás en la historia. Sin embargo, la dirección de la hacienda señala que hubo una posterior y que sí correspondería a la última sepultación, entonces, sucedida en 2008.
En la Hacienda Tiliviche sigue siendo un grato balneario del desierto como el que era en los años de la Guerra del Pacífico: se ha habilitado una hostería y un circuito de paseos turísticos perteneciente a Cristián Keith Gómez, hijo de don Santiago (James), quien es uno de los actuales dueños y descendiente directo de los británicos que ocuparon este lugar. Aunque continuaría asegurando que su abuelo y entonces propietario enterró los cuerpos de los soldados en el cementerio en noviembre de 1879, ayudado por trabajadores de la estancia, no ha habido proyectos formales de investigación en los terrenos para la confirmación de la historia y la posible exhumación e identificación de los restos que allí reposan en el sueño de los justos.
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