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INTRODUCCIÓN: “¡HOY, FIESTA EN EL VIVAC!”

"Saludo del veterano" en portada de la revista "Pacífico Magazine", agosto de 1913.

Resulta un tanto difícil el sólo acto de animarse a reunir aspectos lúdicos y recreativos de los grupos humanos, cuando esto se hace desde una circunstancia que suena tan opuesta a ellos como es la guerra: en la connotación trágica que carga cualquier clase de conflagración entre pueblos, el instinto dicta suponer como una banalidad - acaso, una frivolidad casi innecesaria- el poner la atención en esos pequeños grandes instantes… Instantes de la vida en el frente, dedicados a los quehaceres del ocio, la diversión o incluso el mero acto de sobrellevar tensiones y angustias con pequeños y efímeros placeres… Instantes sobre los que siempre pesa, además, el temor o la posibilidad de ser los últimos en la vida del sujeto.

Las civilizaciones han construido gran parte de su historia tanto con los caudales de la guerra como los olivos de la paz, sin embargo. Por esta razón, nada de incomprensible tiene el que las propuestas de diversión y alegría sean las mismas en ambas instancias, aunque haciéndose presentes con los recursos y carices correspondientes a estados tan diametralmente opuestos. Es parte de la singular paradoja del esparcimiento en medio de tramas adversas, enseñando al individuo a valorar, otra vez, lo más sencillo y hasta las formas más desdeñadas que pueda ofrecer el divertimento, condicionadas también por el tránsito en que se hallen ahora. La creación de cuerpos de teatros con soldados realistas españoles detenidos en las guerras de la Independencia de América, las hermosas piezas del arte de trincheras fabricadas en los conflictos en Europa y la existencia de episodios tan significativos como los partidos de fútbol en la tregua de Navidad de 1914 entre soldados enemigos de la Gran Guerra Mundial confirman que ningún ser humano, por fríamente preparado que esté para el enfrentamiento, puede permanecer siempre reducido al acto elemental de matar y sobrevivir en los campos de batalla.

De alguna manera inevitable para el destino, entonces, esa naturaleza humana se impone y permanece viva aun en las condiciones más deplorables, angustiosas y deprimentes imaginables: sigue guarecida entre las sombras profundas, en la parte más insondable de la esencia individual y colectiva, incluso en contextos extremos para la comodidad y la supervivencia. Aflora, así, cuando la marejada baja; mientras el retroceso de las olas del dolor y la lucha dejen al descubierto la colorida vida asentada en las roqueras, surgiendo como breves pero intensos momentos para los intervalos alegres que permita el día a día.

En tanto, los enfoques heroicos, militares, diplomáticos, políticos o sociales abordando la historia de la Guerra del Pacífico en todos sus aspectos o alcances, no siempre son suficientemente amplios como para incluir también a la recuperación de aquellas memorias sobre la entretención en tiempos de guerra. No lo han sido para las formas con que experimentaba la soldadesca en el teatro bélico, ni para para las que tocaban a las masas civiles siguiendo atentas las novedades sobre el desarrollo de la lid, más allá de un mero énfasis anecdotario.

Sin embargo, en las mismas fuentes tradicionales hay una gran cantidad de información dispersa sobre el tema de marras y plenamente disponible a la recuperación de su casuística, destacando así tratados cronísticos, memorias y testimonios directos de los involucrados en el conflicto. Son, de hecho, fuentes inagotables de información para bosquejar la forma en que transcurría la existencia de los hombres de la guerra, sea en los instantes de calma, sea en los de tormenta.

Dicho de otro modo, entonces, la Guerra del 79 dejó pruebas de una enorme cantidad de casos relacionados con las posibilidades que adopta la diversión en aquel ambiente tan inapropiado y adverso. Casos surgidos, a veces, merced a la sola voluntad, creatividad o capacidad de improvisación de los involucrados, y en otros por la condescendencia de las autoridades chilenas en su afán por mantener cargadas las baterías de la moral y el patriotismo. Entre muchos ejemplos de aquello estuvieron las funciones de títeres, el teatro popular con números de variedades (antecedente del teatro de revistas en Chile), los juegos de fichas, las elevación de chonchas o volantines, algunas propuestas primitivas de deportes de pelota o de combate a mano, formas de editorialismo satírico hechas de manera totalmente artesanal, concursos de diferente naturaleza, celebraciones de efemérides o fiestas religiosas, artesanías de bolsillo fabricadas con los artículos más inverosímiles, manifestaciones volatineras aficionadas (precursoras del circo criollo moderno), etc.

Cómo podrían olvidarse, además, los simulacros de juicios marciales que los soldados chilenos hicieron a animales que los acompañaban en su marcha, fusionando comedia, actuación, oratoria e improvisación. En contraste, cómo dejar pasar la frustración de los marinos que no podían bajar a tierra en las principales fechas festivas, viendo desde la distancia las luces de las ciudades recién ocupadas celebrando navidades, años nuevos o carnavales. Del mismo modo, no puede evadirse el hecho de que conscriptos -cansados y a veces mal alimentados- se dieran el tiempo de usar sus fuerzas tallando en madera a cortaplumas, corvo o navajas, creando perfectos trompos para usarlos en el campamento; o bien toscas cabezas de muñecos con los que después se hacían irreverentes rutinas al estilo del teatro Guiñol, en donde las mofas iban dirigidas a los desairados cucalones y las autoridades que, en general, parecían menos luminosas o metiches en las cuestiones militares.

En tanto, los sentimientos del patriotismo permanecieron alentados en las ciudades chilenas con obras de teatro, arengas públicas y folletos varios, haciendo su parte en la urgencia de mantener la unidad nacional ante la adversidad. De este modo, mientras en Perú la opinión ciudadana estaba gravemente fracturada y desunida en plena guerra ante la actuación de sus mandatarios como Mariano Ignacio Prado o Nicolás de Piérola, error que pesaría mucho sobre el desarrollo estratégico de la guerra, el público chileno se cuadraba con la unidad general aplaudiendo encendidos discursos de los oradores en las plazas o disfrutando de las obras humorísticas que no se medían en su afán de ridiculizar al enemigo, apuntando sus burlas hacia personajes fundamentales como Hilarión Daza, presidente de Bolivia, visualizándolo como el gran responsable del casus belli.

De la misma manera, hazañas y épicas despertaban la euforia popular que daría nuevos contenidos a las funciones de los circos, los grandes mítines públicos, la circulación de titulares de sencilla tipografía y hasta la producción inmediata de material conmemorativo, como fueron los pañuelos Esmeralda homenajeando a los héroes del 21 de mayo en Iquique, famosos en su momento. En ciertos casos, de hecho, la apropiación y exaltación ciudadana de las noticias sobre cada epopeya de los desiertos llegó a alertar autoridades y grupos más conservadores, esos que se sentían depositarios de tales páginas de la historia sin querer compartirlos con la plebe, llevándolos a organizar absurdos intentos por contenerlas sin más eficacia visible que la de querer enfrentar la cascada con un inocente paraguas.

Los fenómenos sociales involucrados en todo aquello llegan a ser sorprendentes: en el frente bélico las noticias sobre la próxima fonda musical o función con espectáculos artísticos solían ir por el correo de la informalidad, entre un campamento y otro. Los soldados del vivac llegaban a agruparse sentados sobre el suelo yermo y bajo la noche fría del paisaje árido, sin más calefacción o luz que unos miserables chonchones encendidos en las esquinas de tan rústica “platea”. El popular títere Don Cristóbal los entretenía con su cara perpetuamente congelada en un gesto de enojo, haciendo reír a carcajadas a la tropa que, en esas funciones, se volvían un curso de niños. Lo mismo sucedía con el humilde burro adoptado por una sencilla compañía volatinera y que, a falta de un brioso caballo, era presentado como la estrella de sus espectáculos ecuestres. Muchas cosas curiosas se vieron en aquellos roles, sin duda, de los que ha podido llegar algo a nuestro tiempo.

En otro aspecto, maestros titiriteros, actores disfrazados, músicos de circos que partieron a formar parte de las bandas, murgueros, maromeros y cómicos “graciosos” que precedieron a nuestros actuales payasos y tonis, definitivamente fueron parte también de la voluntariosa fuerza humana comprometida en la guerra, pues toda participación relevante en ella no puede jibarizarse sólo al acto de empuñar armas o trazar derroteros triunfales. Comparten los mismos laureles de los vencedores, entonces: su valor como juglares y saltimbanquis (hombres, mujeres y niños), muchas veces acudiendo como voluntarios, se hace parte indivisible del mismo trayecto de las glorias y las tragedias guerreras.

Por otro lado, es imposible suponer que las participaciones de paz en las plazas de guerra no hayan tenido influencias en el desarrollo de las mismas artes escénicas y recreativas de los tiempos posteriores. En algo debieron influir tales experiencias a su regreso, una vez que sonaron las campanas de victoria en Perú poniendo fin al conflicto después de tantos sacrificios.

Lo mismo ha de haber sucedido con los juegos tradicionales, de mesa o de cancha, esos que tanto gustaban también al mundo minero: naipes, fichas, rayuela, dados… Serían infaltables entre los adultos de la epopeya del salitre, mientras que los niños preferían sus rústicos muñecos de madera, pelotas de trapo y carritos alambre con dos ruedas hechas con tarros de lata. Hoy podemos ver colecciones de antiguas “pistolas”, confeccionadas con alambre y formando la silueta del arma, entre las abundantes reliquias del Museo de la Salitrera Humberstone.

Se dificulta precisar ya, sin embargo, cuánto de esos juegos, pasatiempos y diversiones de la guerra se sumaron al gusto popular en los posteriores tiempos de paz, con los veteranos ya de regreso en sus hogares. Había comenzado una nueva época para Chile en la que ni siquiera se mantuvo la estructura del mismo Ejército de entonces, renovado y profesionalizado bajo el modelo prusiano. Todo aquel pasado de gloria, incluso en sus pormenores como eran las actividades recreativas o de esparcimiento, pasaban a ser ahora recuerdos románticos, meros ítems de la mística institucional en ciertos casos. Quedaron atrapados en las páginas de cada álbum del orgullo militar y patriótico, entre postales de memorias heroicas, en los vestigios hoy expuestos en vitrinas de museos y colecciones particulares.

El esfuerzo representado en este modesto trabajo, entonces, pretende reunir y reencontrarse con aquellas pautas que logró adoptar la alegría y el goce humanos en los tiempos de la Guerra del Pacífico… Y ofrecerse como testimonio palpable de que, aún en las condiciones históricas más adversas y desalentadoras, el alma buscadora de diversiones tampoco arriará el pabellón, ni elevará la bandera blanca.

El autor,
primavera de 2025.

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